sábado, 31 de enero de 2009

Pag.13 $ Tiempo Norte, tiempo Sur

Mañana fresca. El viento llega con vibraciones de postas y cartuchos procedentes de un campo de tiro de los años 60 situado arriba, en la cima del monte. Las nuevas antenas de televisión son carcasas de cohetes blanquirojas.

Sopla una brisa fría y fresca. Al sureste, un gato blanco y negro descansa acurrucado al lado del muro de piedra. Arriba, a la derecha, por encima de la urbanización, al lado de la central eléctrica, tres o cuatro árboles frondosos de hojas verdes y amarillas colorean la mañana.

Nubes oscuras ennegrecen los montes del suroeste. Al mismo tiempo, nubes blancas escalonadas blanquean las montañas del noroeste. Al lado de la pasarela, al otro lado de la carretera nueva, un gato negro se agazapa sobre una zona verde escarpada cubierta por una malla verde antidesprendimientos.

En el corral del caserío grande, con zagüan de ventanucos de madera pintadas con pintura acrílica, crece un castaño. Al lado de la puerta Sur del caserío alto, se yergue un limonero lleno de frutos. Camino arriba, un arbusto de hojas verdes aserradas florece en invierno.

Ha empezado a lloviznar. Arriba, en los huertos furtivos, ni un alma.

viernes, 30 de enero de 2009

Pag.12 $ Gatitos, pájaros y caballos

Nace un nuevo día. Cirros rojizos pincelan un cielo azul, de atmósfera limpia, de frescor cálido. Al poco rato, el rojo se desvanece y nubes blancas de ondas esféricas, caóticas e irregulares envuelven el cielo.

A primera hora de la mañana, los gatitos más pequeños han salido del refugio a jugar saltando y persiguiéndose. Los gatos de los caseríos, excepto los atigrados, también se han aventurado hasta el centro de la vía de grava, dubitativos. La luz y la calidez del día anima a los pájaros a entonar trinos ahogando el ruido del rozamiento de los neúmaticos y los motores de inyección que, carretera arriba, ponen a prueba su par motor.

El sol del Este proyecta sombras aleteadas de coches aparcados en batería sobre el asfalto. Melbourne. En el extremo sur, paneles de plástico transparentes, separan la acera de la carretera nueva, excavada bajo el suelo, por la que transitan coches hacia una rotonda con desvíos a túneles iluminados con forma de caja de cerillas grande. No pocos problemas dió la carretera nueva a los arquitectos y operarios porque debajo de una fragilidad aparente, el monte oculta capas de piedra gris de gran dureza.

En el centro de la rotonda, han instalado una estructura de piedra con forma de v invertida. Al final de cada pata de la v, un elemento de cemento, con forma de casco de caballo, sirve apoyo. A modo de abanico, cables metálicos de color azul anclan las patas al suelo. Al lado, han levantado una comisaría. Alzando la vista desde la rotonda, el camposanto. Los coches circulan, día y noche, por debajo de lugares donde reposaban los muertos, por debajo de osarios, tumbas, nichos, cruces y epitafios.

Algunos coches aparcan en doble fila al lado del muro de ladrillo rojo. Oscurece el día. En la cima del monte, brillan dos luces blancas.

jueves, 29 de enero de 2009

Pag.11 $ El piano

Amanece. Colores negros mates se trastocan en verdes isobaras escalonadas formadas por arbustos isométricos. Un cielo morado abruma. A la izquierda, un rectángulo de luz blanca ilumina el edificio de oficinas dentro de una herradura volumétrica. Llueve débilmente sobre el monte. Silencio nocturno.

Las luces públicas van apagándose de forma secuencial. Primero las de la carretera nueva, luego, las de la urbanización, finalmente las de la ciudad. Lejos, puntos de luz dibujan una función exponencial. Un gato multicolor, mezcla de gris, marrón y negro se encuentra al lado del muro de ladrillo rojo; otro blanco y negro está quieto cerca del muro de piedra.

El balasto o grava gruesa, base de apoyo de los raíles y traviesas ha quedado amontonado a ambos lados de la vía. Una persona ensaya una partitura de piano. Arriba, cerca de las casitas de cemento, un depósito de gasoil blanco alimenta la calefacción. En el extremo norte, dos montes con árboles muy ramificados de hoja caduca se alzan sobre los edificios cercanos. Al Sur, nubes bajas de color negro discontínuas, al Norte cielos de claro oscuros.

Por la carretera vieja que une la urbanización, las casitas de los años 60 y la empresa con forma de herradura, circula una furgoneta de Correos amarilla. El pianista vuelve a tocar, con notas lentas, una melodía dulce de fotogramas tristes. Hacia el sureste navegan cielos nubosos. El sol empieza a brillar. La luz se refleja sobre las membranas de las gotas de agua que han caído encima de las hojas del zarzal, al pie de los coches aparcados.

En verano, ráfagas rápidas de aire sacuden y agitan la hierba baja, el zarzal y los árboles que han crecido al otro lado del muro de piedra. Alrededor todo está en calma. Otras veces, el viento crea espirales, flujos de aire que rotan en el interior de la copa de un árbol, zarandeando sus ramas, deformando su contorno y coloreándolo por el cambio de posición con respecto a la luz, asustando al paseante que no está acostumbrado a los cambios bruscos de presión atmosférica en lugares tan reducidos.

Son las cuatro de la tarde. Nubes fragmentadas. Desplazándose hacia el oeste, el sol sombrea la vía en su lado norte y el huerto próximo al caserío grande. Los rayos de invierno calientan las fachadas sur y oeste del caserío alto de tejado reformado.

Como todas las tardes, los gatos campan por la vía, cautos, sigilosos, altivos. Arriba, las casitas de la urbanización de líneas infantiles reposan sobre un escalón natural del monte. De barrera vertical, han levantado un muro de contención sobre el que se asienta un ramal de la carretera nueva que baja a la ciudad. El muro de unos ocho metros de altura tiene forma de hoja de cálculo tridimensional con bordes blancos muy gruesos y celdas largas de poca altura, convertidas en jardineras exteriores.

Calor húmedo. Anochecer tardío. Arriba en el monte, cielo de verano.

miércoles, 28 de enero de 2009

Pag.10 $ El viejo monte

Llueve. Una luz fija, ámbar naranja, ilumina una densa cortina de agua. Sobre el muro de ladrillo rojo encalado camina un gato gris y blanco. Al fondo, estudiantes de secundaria suben por el arcén de la carretera nueva. Pasa el tiempo y los focos de luz eléctrica se extinguen con la claridad del nuevo día. Frío húmedo.

Cables de luz y postes telefónicos recorren el monte de norte a sur. A una cota inferior, han clavado los nuevos postes hechos de cemento, más altos, más largos. En forma de T, los viejos postes de madera, empequeñecen a lo lejos, sobre la llanura inclinada de la cima. Filas de cables electromagnéticos vallan el espacio aéreo del monte.

El monte cambia de color con la altitud. Abajo, verde húmedo. Arriba, color oliva. El monte guarda todo lo que fué y todo lo que es. La antigua antena de radio y televisión, la casita rústica en la cumbre, la central eléctrica abandonada, la vieja carretera, las casitas de cemento, los caseríos altos de fachadas blancas... Así hasta el infinito. El primer árbol, el primer huerto, el primer hombre...

El monte viejo, el viejo monte. Algún día llegarán técnicos y operarios y retirarán las antenas, los postes, demolerán la vieja central eléctrica y las casitas de cemento de colores granates. Algún día, el viejo monte morirá.

Al mediodía, una niebla brumosa se expande por la cima, alargándose en dirección vertical y horizontal. Sobre la carretera nueva, han levantado un puente a manera de pasarela alta, sostenida por columnas de cemento en forma de y griega, para que los peatones puedan cruzar al otro lado. Una barandilla metálica de barras verticales de color capuchón de bic azul, acota el espacio a derecha e izquierda.

Entre el cementerio y los caseríos donde viven los ocicats, descansa un camino estrecho y muy empinado, antiguo acceso a la cima. Llueve sobre la vía, vacía de felinos. Un petirrojo picotea un trozo de cáscara sobre la vía de grava, moviéndose con saltitos rápidos y vuelos cortos, parándose décimas de segundo entre cada movimiento.

Los tejados de las casitas de la urbanización se blanquean por el reflejo de la luz contra la fina capa de agua adherida a la superficie o por una capa de pintura antihumedad reflectante. Un gato blanco y negro está sentado sobre la vía oteando el sur.

Por la tarde, un gato gris y blanco se desespereza curvándose y estirándose. Lluvia, frío y niebla. Los gatos juguetean sobre la vía dándose zarpazos amistosos, levantando la cola, acicalándose, relamiéndose o ejecutando equilibrios encima de algún tubo de soporte de la valla metálica que les sirve de hipotenusa. Pasa el tiempo y los siameses de caserío se acercan por la vía renqueando. Uno de ellos salta y se sienta sobre un mojón del antiguo tren, medidor de distancias y posición. Encima del provisional monolito, sentado sobre sus patas traseras, contempla el paisaje, inmóvil.

martes, 27 de enero de 2009

Pag.9 $ La inundación

Amanece. Lluvia torrencial intensa. Niebla espesa en la cima del monte. Un halo brumoso rodea el edificio de oficinas acristalado a la izquierda de las casas de cemento. Tiene forma de letra c. Persiste la lluvia. Las hendiduras verticales de los muros de piedra borbotan agua parabólica. Arriba, en la cima, la niebla oculta las antenas de televisión y radio. Las luces de las farolas se reflejan en ángulos rectos sobre la carrocería de los coches aparcados de tapacubos estrellados.

El agua se filtra, adquiere velocidad con la altura, rebosa. El lugar preferido por los siameses, una pendiente de tierra, bajo un árbol perenne, al lado del muro bajo de cemento, es ahora un río con cascada. Se apagan las luces de las farolas que iluminan la carretera nueva y la urbanización.

Sonido de agua cayendo, resbalando, borbotando, inundando... . Los canales de desagüe y el bebedero natural de los gatos rebosa agua. Desaparece la niebla de la cima del monte. Llega el eco de los coches circulando sobre el asfalto mojado de la carretera nueva.

Por debajo del nivel del suelo, pegado al muro de piedra, un canal de desagüe desaloja el agua de la vía que fluye pendiente abajo, hacia el norte. Vuelven la niebla y la humedad. Poco a poco la niebla va acomodándose en cotas más bajas. Un pájaro autóctono canta piiiiii, piiiiiii breve.
El volumen de ruido de los coches de la carretera nueva aumenta.

Los motores de los vehículos se endurecen con la lluvia que altera la percepción de las frecuencias. La gatita anaranjada ha salido de su escondrijo y se pasea por la vía de grava donde han brotado algunos pequeños charcos. Vacila, se acerca al muro de piedra y finalmente retrocede veloz, dirección norte. En verano, cuando llueve, se oculta en madrigueras subterráneas de topos y ratas excavadas debajo de un zarzal, cerca del muro de ladrillo rojo, al lado de los coches aparcados.

Los demás gatos dormitan bajo túneles de piedra clausurados, semienterrados por las obras de la carretera nueva y utilizados en su día por el viejo tren de cercanías que llegaba hasta la costa. Arriba, a la derecha, las estructuras de la central eléctrica parecen porterías verdes gigantes, fantasmagóricas entre la niebla espesa.

Los cambios de presión son constantes en la cima del monte. La niebla se disipa. El caudal de los desagües decrece. Sigue la lluvia torrencial . Un camión con un toldo oscuro circula lentamente. Vuelve la niebla al monte desde la otra vertiente. En la parte baja, los árboles y las hierbas permanecen quietas, en calma.

Por la tarde, los gatos andan a sus anchas a lo largo de la vía. Algunos mordisquean sus lomos buscando alguna garrapata molesta. La mayoría esperan expectantes una figura ataviada de gabardina oscura y gorro de agua que lleva de la mano varias bolsas llenas, abultadas. La gatita anaranjada está semioculta entre hierbas verdes de color oscuro, al lado de su cestita de juncos.

lunes, 26 de enero de 2009

Pag.8 $ La lluvia, el viento y el granizo

Amanece. Nubarrones intercalados de claros se alinean moviéndose hacia el Sur. Cielo azul en el Norte. Ha llovido durante la noche y hay varios gatos en la vía de grava. No hace ni frío, ni calor. En el extremo sur, una palmera alta señala el camposanto cercenado en su parte más baja por el trazado de la nueva carretera.

El viento arrastra ladridos y un jilguero canta en un árbol cercano. Un beep beep espaciado y estridente indica maniobras de carga y descarga en una zona próxima de almacenes.

Una señora, en el arcén de la nueva carretera, abre un paraguas creyendo que llueve. Más arriba, siguiendo el arcén, en el extremo izquierda del monte, un cementerio metálico de coches siniestrados. Ha empezado a llover. Un gato merodea por la vía de grava.

Ondas mecánicas resaltan sobre los baches llenos de lluvia. Líneas blancas discontínuas delimitan un carril para aparcar los coches. No hay espacios vacíos. Hileras de coches nuevos, coches viejos y coches seminuevos llenan los huecos al lado del muro de ladrillo rojo.

Vibra el aire y se oye un trueno. Una cortina de granizo oscurece el monte. Una luz encendida en un bajo de la urbanización cercana brilla ténuemente. El granizo llena el asfalto de puntos blancos. Se oyen algunas voces. Ayudados por la fuerza gravitatoria, los desagües verticales escalonados empiezan a bombear agua de colectores auxiliares semi horizontales.

Un gato maúlla entre el matorral.

Pag. 7 $ La frontera

Ayer

Las campanas de una iglesia cercana llaman a la misa dominical. Es mediodía, frío y lluvia. Cielo grisáceo y sólido. El agua de lluvia empapa los muros de piedra, hogar de plantas trepadoras y colgantes de color verde, musgos ocultos, raíces aéreas y hojas acorazonadas. Las aberturas verticales de drenaje ofrecen un aspecto de casa torre medieval. Algunos coches circulan sobre el asfalto mojado. Relieves neumáticos.

Un gato pasea por un extremo de una canalización de drenaje hecha de cemento, donde desemboca, gracias a un leve peralte, el agua de la lluvia que cae sobre la vía. El gato avanza varios metros hasta que decide adentrarse en la vía urbana saltando el muro de ladrillo rojo. Frente al muro de piedra, caída, una valla metálica de alambres entrecruzados. Permanece intacta al norte, cerca de los caseríos y está oculta entre las zarzas frente al muro de cemento.

Otro gato se mueve entre las vías de grava. Llueve. Un palet de madera convertido en provisional escalera se encuentra apoyado sobre el muro de piedra. Un hombre vestido de rojo baja por el camino de acceso a los caseríos. Empujadas por el viento, unas gaviotas sobrevuelan el monte.

El sol del atardecer ilumina las casitas de cemento construidas en los años sesenta. Anochece en el monte y un gato siamés apostado bajo un zarzal abandona el lugar. Se detiene en el camino de grava y otea su retaguardia con un giro de cabeza de ciento ochenta grados. Permanece quieto unos segundos. Después reanuda su camino.

Frío húmedo y gélido. Anochece.

sábado, 24 de enero de 2009

Pag.6 $ El ciclón

Cae la noche. El viento arrecia. Nubes blancas avanzan en el cielo raudas hacia el oeste. Atrona el viento. Enganchada a una zarzal, una bolsa blanca de plástico. En el firmamento, entre nubes veloces blancas brilla una estrella. El viento sopla encajonado en el valle, balanceando las ramas de los árboles. La portezuela de un coche suena al cerrarse en la vía urbana próxima.

Amanece granizando. Un rayo deja una estela de luz. El trueno rompe y un generador eléctrico entra en funcionamiento en un establecimiento cercano. El alternador suena como un avión calentando motores antes de despegar. Deja de granizar y el monte desprende un frescor nítido.

Sale el sol. Un gato bebe agua de lluvia de una hondonada natural rodeada de hierba verde. Las nubes flotan ahora hacia el sur. Rápidas, muy rápidas. El gato está ahora al lado del muro alto de piedra mordisqueando los tallos altos de las hierbas.

Arriba, a la izquierda, el prado de un caserío adquiere tonalidades marrones, madrigueras de topos y ratas. Postes de madera unidos con alambres acotan el prado en su parte alta. A la izquierda, árboles frutales de coordenadas euclídeas, de troncos torcidos y desnudos de hojas.

El viento ha dejado de soplar. Cielo blanquiazul. Sol de invierno.

viernes, 23 de enero de 2009

Pag.5 $ El monte

Calor húmedo. Cielo de acero gris. En la calle, un hombre arroja una bolsa de basura a un contenedor municipal. A su izquierda, una mujer remueve objetos en el portamaletas de un coche. Es viernes.

Un gato blanco y negro de patas delanteras gruesas pasea por encima de la gravilla gruesa de la vía. Arriba en el monte, haciendo un máximo, dos antenas repetidoras de televisión hacen de cúspides metálicas.

El monte en su cima es un plano inclinado de veinte grados. Diferentes tonalidades de color verde delimitan zonas horizontales de huertos de perejil, tomates y cebollas. El frío vence al calor y una niebla de baja densidad, translúcida invade los tejados de la urbanización cercana. Edificios tricolores en un ambiente trivalente. Cada casita tiene dos chimeneas de leña.

Cerca de los muros de la vía, en el mismo árbol frondoso de días pasados, los gorriones pían alegres a pesar de la humedad y la niebla. Ha empezado a llover y multitud de ondas eólicas cargadas de infinitas gotas de agua, azotan el monte en dirección sur. Carretera arriba, resuena el motor de un camión con problemas mecánicos.

A la izquierda un viejo caserío pintado de color blanco lanza por la chimenea una nube oscura de humo. Cae la mañana, cae la tarde. Ensombrece el monte.

jueves, 22 de enero de 2009

Pag. 4 $ La gatita anaranjada

El cielo amenaza lluvia pero sin frío. Las hierbas altas realizan movimientos pendulares. El ruido de coches inunda el monte. La vieja carretera que lo bordeaba ha sido sustituida por una más ancha y mejor señalizada.

Se oyen maullidos cercanos y un gato gris y blanco se ha encaramado sobre uno de los muros. Un siamés de caserío trepa y desaparece. Llega el efecto Doppler de una ambulancia. Los maullidos cesan.

Dos exotics atigrados holgazanean al lado de la callejuela que conduce a los caseríos. Cuando paso cerca parecen reirse cerrando los ojos. Sentada sobre sus patas traseras como esperándome, una gatita anaranjada se recrea encima de una acera antigua empedrada, camino de entrada al caserío grande. Está inmóvil y me mira fijamente.

Es una gatita de ciudad. Lo sé porque no puede entrar en el refugio. En verano duerme cerca unos juncos segados de color oro que tienen forma de cesta de mimbre, de esas que venden en las tiendas de animales de compañia. Después de un tiempo, la dejo sentada en el mismo lugar. Sigue mirándome fíjamente.

La callejuela está acotada por postes de madera mal colocados y a la izquierda, según caminas cuesta abajo, una puerta de madera desvencijada permite la entrada al huerto cercano donde se respiran trabajos de guadaña.

miércoles, 21 de enero de 2009

Pag.3 $ La caseta

La mañana ha amanecido fría y húmeda. El empedrado está mojado por la lluvia y las nubes, de media altura, se mueven veloces hacia el sur por encima de la montaña. Una bandada de gorriones se concentraban en el árbol más frondoso, al lado de la vía abandonada, piando sin cesar. Cuatro o cinco palomas vuelan a lo largo de la vía planeando y posándose sobre el camino.

Hay un par de gatos sobre la vía, sentados, quietos. Hacia el norte se han abierto claros en el cielo, señal de que el sol saldrá hoy también. A la izquierda, cerca de un invernadero semiabandonado, cantan pájaros de difícil procedencia. Al fondo y un poquito más arriba, hay troncos apilados para hacer lumbre. Las palomas recorren la vía picoteando aquí y allá. Llovizna.

Cerca del árbol más frondoso, al otro lado del primer muro de piedra, algunos niños han construido una caseta con puertas y ventanas arrojadas a los contenedores de basura.

De vez en cuando se oyen maullidos en los matorrales cercanos. Un avión atraviesa la zona dejando ondas de choque sonoras. Un europeo atigrado bebe agua de un volumen rectangular de cemento, base de una pieza metálica que algún día sostuvo la catenaria.

Un gato anararanjado ha estado acicalándose durante unos minutos y otro del mismo color permanecía agazapado, cómodo cerca del muro de ladrillo que separa la antigua vía de tren de la carretera.

martes, 20 de enero de 2009

Pag.2 $ Los gatos

Monte arriba merodean los ocicats alrededor de los bidones llenos de agua de lluvia, encima de las casetas de los aperos o andando entre las hileras de hortalizas. Monte abajo, cerca de un núcleo urbano, siameses y exotics atigrados vagan a sus anchas.

Descendientes de gatos abandonados, de crisis conyugales y de ansiedad cosmopolita, gatos bicolores, gatos anaranjados, gatos grises y blancos, gatos blancos, gatos negros, gatos blancos y negros y gatos marrones y blancos. Gatos que duermen de día y merodean de noche. Cuando caminan cerca del muro de contención levantan las patas en ángulo recto. Es como si estuvieran siempre en campos minados. A cada paso se detienen, realizan un reconocimiento del terreno, alzan las patas en ángulo recto y avanzan lentamente.

El monte tiene tantos colores como días tiene el año. Azules intensos, calor de otoño, arco iris de invierno... El viento ha arreciado y las nubes cerraban la montaña al atardecer.

lunes, 19 de enero de 2009

Pag.1 $ La vía

Los gatos ocupan una vía de tren abandonada. A ambos lados de la vía han encontrado cobijo entre sus muros de contención que la bordean, construidos cuando la ciudad recibía inmigrantes de otras provincias. He podido contar dos muros de contención de gran grosor. A lo largo de la línea de tren hay árboles de hoja perenne y caduca algunas de cuyas hojas caen entre los muros rojos y grises.

Hace muchos años, antes de que se construyera el metro, el tren que llevaba a la gente desde el centro a los pueblos costeros, serpenteaba las montañas y atravesaba túneles y puentes. Ya no hay railes, tampoco traviesas. Sólo queda un pequeño camino, lugar por donde transitaba el tren, rodeado de zarzas, árboles y muros. A menos de diez metros en dirección este, el monte, al oeste la ciudad.

Es un lugar frontera, donde los caseríos han quedado anclados en el pasado con sus tejas árabes, amplios corrales, puertas de madera verdes e higueras en el huerto.
El camino es incómodo para el paseante porque las piedras de las vías de tren son de tal tamaño que molestan al andar. En la zona limítrofe con la ciudad, un muro de ladrillo rojo separa la antigua vía de tren de la carretera. En verano, los gatos saltan sobre algún coche aparcado y permanecen allí durante horas. Otras veces cuando se produce una despedida familiar cerca de un coche, saltan el muro y permanecen quietos al lado del coche que inicia la marcha.

Ha sido un amanecer plomizo y gris. Puntos de luz que iluminan una urbanización cercana salpican el monte. Un poco más arriba, a la derecha, pueden verse los restos metálicos pintados de verde de una central eléctrica abandonada. El sol ha salido durante unos segundos y el frío era seco. Una ténue niebla cubría la cima. Sentados cerca de la vía, alejados uno de otro, un gato ibérico y un gato negro.