lunes, 26 de enero de 2009

Pag. 7 $ La frontera

Ayer

Las campanas de una iglesia cercana llaman a la misa dominical. Es mediodía, frío y lluvia. Cielo grisáceo y sólido. El agua de lluvia empapa los muros de piedra, hogar de plantas trepadoras y colgantes de color verde, musgos ocultos, raíces aéreas y hojas acorazonadas. Las aberturas verticales de drenaje ofrecen un aspecto de casa torre medieval. Algunos coches circulan sobre el asfalto mojado. Relieves neumáticos.

Un gato pasea por un extremo de una canalización de drenaje hecha de cemento, donde desemboca, gracias a un leve peralte, el agua de la lluvia que cae sobre la vía. El gato avanza varios metros hasta que decide adentrarse en la vía urbana saltando el muro de ladrillo rojo. Frente al muro de piedra, caída, una valla metálica de alambres entrecruzados. Permanece intacta al norte, cerca de los caseríos y está oculta entre las zarzas frente al muro de cemento.

Otro gato se mueve entre las vías de grava. Llueve. Un palet de madera convertido en provisional escalera se encuentra apoyado sobre el muro de piedra. Un hombre vestido de rojo baja por el camino de acceso a los caseríos. Empujadas por el viento, unas gaviotas sobrevuelan el monte.

El sol del atardecer ilumina las casitas de cemento construidas en los años sesenta. Anochece en el monte y un gato siamés apostado bajo un zarzal abandona el lugar. Se detiene en el camino de grava y otea su retaguardia con un giro de cabeza de ciento ochenta grados. Permanece quieto unos segundos. Después reanuda su camino.

Frío húmedo y gélido. Anochece.

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