Amanece. Colores negros mates se trastocan en verdes isobaras escalonadas formadas por arbustos isométricos. Un cielo morado abruma. A la izquierda, un rectángulo de luz blanca ilumina el edificio de oficinas dentro de una herradura volumétrica. Llueve débilmente sobre el monte. Silencio nocturno.
Las luces públicas van apagándose de forma secuencial. Primero las de la carretera nueva, luego, las de la urbanización, finalmente las de la ciudad. Lejos, puntos de luz dibujan una función exponencial. Un gato multicolor, mezcla de gris, marrón y negro se encuentra al lado del muro de ladrillo rojo; otro blanco y negro está quieto cerca del muro de piedra.
El balasto o grava gruesa, base de apoyo de los raíles y traviesas ha quedado amontonado a ambos lados de la vía. Una persona ensaya una partitura de piano. Arriba, cerca de las casitas de cemento, un depósito de gasoil blanco alimenta la calefacción. En el extremo norte, dos montes con árboles muy ramificados de hoja caduca se alzan sobre los edificios cercanos. Al Sur, nubes bajas de color negro discontínuas, al Norte cielos de claro oscuros.
Por la carretera vieja que une la urbanización, las casitas de los años 60 y la empresa con forma de herradura, circula una furgoneta de Correos amarilla. El pianista vuelve a tocar, con notas lentas, una melodía dulce de fotogramas tristes. Hacia el sureste navegan cielos nubosos. El sol empieza a brillar. La luz se refleja sobre las membranas de las gotas de agua que han caído encima de las hojas del zarzal, al pie de los coches aparcados.
En verano, ráfagas rápidas de aire sacuden y agitan la hierba baja, el zarzal y los árboles que han crecido al otro lado del muro de piedra. Alrededor todo está en calma. Otras veces, el viento crea espirales, flujos de aire que rotan en el interior de la copa de un árbol, zarandeando sus ramas, deformando su contorno y coloreándolo por el cambio de posición con respecto a la luz, asustando al paseante que no está acostumbrado a los cambios bruscos de presión atmosférica en lugares tan reducidos.
Son las cuatro de la tarde. Nubes fragmentadas. Desplazándose hacia el oeste, el sol sombrea la vía en su lado norte y el huerto próximo al caserío grande. Los rayos de invierno calientan las fachadas sur y oeste del caserío alto de tejado reformado.
Como todas las tardes, los gatos campan por la vía, cautos, sigilosos, altivos. Arriba, las casitas de la urbanización de líneas infantiles reposan sobre un escalón natural del monte. De barrera vertical, han levantado un muro de contención sobre el que se asienta un ramal de la carretera nueva que baja a la ciudad. El muro de unos ocho metros de altura tiene forma de hoja de cálculo tridimensional con bordes blancos muy gruesos y celdas largas de poca altura, convertidas en jardineras exteriores.
Calor húmedo. Anochecer tardío. Arriba en el monte, cielo de verano.
jueves, 29 de enero de 2009
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