Llueve. Una luz fija, ámbar naranja, ilumina una densa cortina de agua. Sobre el muro de ladrillo rojo encalado camina un gato gris y blanco. Al fondo, estudiantes de secundaria suben por el arcén de la carretera nueva. Pasa el tiempo y los focos de luz eléctrica se extinguen con la claridad del nuevo día. Frío húmedo.
Cables de luz y postes telefónicos recorren el monte de norte a sur. A una cota inferior, han clavado los nuevos postes hechos de cemento, más altos, más largos. En forma de T, los viejos postes de madera, empequeñecen a lo lejos, sobre la llanura inclinada de la cima. Filas de cables electromagnéticos vallan el espacio aéreo del monte.
El monte cambia de color con la altitud. Abajo, verde húmedo. Arriba, color oliva. El monte guarda todo lo que fué y todo lo que es. La antigua antena de radio y televisión, la casita rústica en la cumbre, la central eléctrica abandonada, la vieja carretera, las casitas de cemento, los caseríos altos de fachadas blancas... Así hasta el infinito. El primer árbol, el primer huerto, el primer hombre...
El monte viejo, el viejo monte. Algún día llegarán técnicos y operarios y retirarán las antenas, los postes, demolerán la vieja central eléctrica y las casitas de cemento de colores granates. Algún día, el viejo monte morirá.
Al mediodía, una niebla brumosa se expande por la cima, alargándose en dirección vertical y horizontal. Sobre la carretera nueva, han levantado un puente a manera de pasarela alta, sostenida por columnas de cemento en forma de y griega, para que los peatones puedan cruzar al otro lado. Una barandilla metálica de barras verticales de color capuchón de bic azul, acota el espacio a derecha e izquierda.
Entre el cementerio y los caseríos donde viven los ocicats, descansa un camino estrecho y muy empinado, antiguo acceso a la cima. Llueve sobre la vía, vacía de felinos. Un petirrojo picotea un trozo de cáscara sobre la vía de grava, moviéndose con saltitos rápidos y vuelos cortos, parándose décimas de segundo entre cada movimiento.
Los tejados de las casitas de la urbanización se blanquean por el reflejo de la luz contra la fina capa de agua adherida a la superficie o por una capa de pintura antihumedad reflectante. Un gato blanco y negro está sentado sobre la vía oteando el sur.
Por la tarde, un gato gris y blanco se desespereza curvándose y estirándose. Lluvia, frío y niebla. Los gatos juguetean sobre la vía dándose zarpazos amistosos, levantando la cola, acicalándose, relamiéndose o ejecutando equilibrios encima de algún tubo de soporte de la valla metálica que les sirve de hipotenusa. Pasa el tiempo y los siameses de caserío se acercan por la vía renqueando. Uno de ellos salta y se sienta sobre un mojón del antiguo tren, medidor de distancias y posición. Encima del provisional monolito, sentado sobre sus patas traseras, contempla el paisaje, inmóvil.
miércoles, 28 de enero de 2009
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