lunes, 19 de enero de 2009

Pag.1 $ La vía

Los gatos ocupan una vía de tren abandonada. A ambos lados de la vía han encontrado cobijo entre sus muros de contención que la bordean, construidos cuando la ciudad recibía inmigrantes de otras provincias. He podido contar dos muros de contención de gran grosor. A lo largo de la línea de tren hay árboles de hoja perenne y caduca algunas de cuyas hojas caen entre los muros rojos y grises.

Hace muchos años, antes de que se construyera el metro, el tren que llevaba a la gente desde el centro a los pueblos costeros, serpenteaba las montañas y atravesaba túneles y puentes. Ya no hay railes, tampoco traviesas. Sólo queda un pequeño camino, lugar por donde transitaba el tren, rodeado de zarzas, árboles y muros. A menos de diez metros en dirección este, el monte, al oeste la ciudad.

Es un lugar frontera, donde los caseríos han quedado anclados en el pasado con sus tejas árabes, amplios corrales, puertas de madera verdes e higueras en el huerto.
El camino es incómodo para el paseante porque las piedras de las vías de tren son de tal tamaño que molestan al andar. En la zona limítrofe con la ciudad, un muro de ladrillo rojo separa la antigua vía de tren de la carretera. En verano, los gatos saltan sobre algún coche aparcado y permanecen allí durante horas. Otras veces cuando se produce una despedida familiar cerca de un coche, saltan el muro y permanecen quietos al lado del coche que inicia la marcha.

Ha sido un amanecer plomizo y gris. Puntos de luz que iluminan una urbanización cercana salpican el monte. Un poco más arriba, a la derecha, pueden verse los restos metálicos pintados de verde de una central eléctrica abandonada. El sol ha salido durante unos segundos y el frío era seco. Una ténue niebla cubría la cima. Sentados cerca de la vía, alejados uno de otro, un gato ibérico y un gato negro.

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