miércoles, 13 de mayo de 2009
Pag.114 $ Máquinas de derribo
Cielo grisáceo de acero dúctil, gaseoso. Monte brumoso. Con forma de nube, copos de nieve, al noroeste. Asfalto casi seco. Se relame sobre la zapata de la catenaria un gato negro naranja. Trinos rápidos, inquietos, nerviosos junto a los caseríos. Escala el terrario, un gato gris y blanco. Canta un mirlo. Se oye un cortacésped. Trepa por las piedras de acceso al refugio, un siamés. Suena un deslizamiento de muebles sobre superficies rugosas, irregulares. Regresa el camión chatarrero con piezas grandes de carrocerías de coches. Desciende del camión un jóven de pelo rizado, dinámico, barbudo, agitanado. Suenan acordes de guitarristas ambulantes. Llegan ecos de máquinas de derribo.
Por la tarde, se levanta el viento. Los gatos, agazapados entre las hierbas, esperan. Hacia el noroeste camina una jóven con camiseta a rayas, rojas y blancas y pantalón vaquero. Suenan estridentes, cláxones por la ciudad.
Sobre el sendero de hierba y grava, pueden contarse hasta seis coches aparcados junto al muro de cemento. Atardece.
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