miércoles, 27 de mayo de 2009
Pag.128 $ Arboles secos
Ayer
Anochecer de verano. Cubren el cielo, todavía azul, grandes nubes grises y blancas norestes. Son la diez y media. Brilla al sureste una estrella binaria. Llega habilidoso, torciendo el manillar de una ruidosa motocicleta roja, un repartidor de pizza.
Hoy
Nubes cumulares, alargadas al noreste, grises al sureste. Cielo azul. Trinos. Fluye el zumbido del tráfico. Picotean palomas sobre la acera. Planean gorriones sobre el zarzal. Brotan puntos blancos de los árboles del terrario. Brilla el sol. Merodea por la vía un ocicat. Otea desde el terrario un gato blanco. Cruza el abrevadero natural al norte, un gato blanco y negro. A las nueve, trozos de nubes absorben la luz. Acecha la sombra.
Se filtran rayos de luz entre los laureles. Brilla sombrío el zarzal. Taconea un peatón por la acera. Suenan sierras, motores, pistones y palas excavadoras. Vuelan como jilgueros gorriones. Sopla bajo el viento.
Por la tarde, cielo azul, calor ténue. Por debajo de las antenas de televisión, en el centro superior del monte, se yergue el esqueleto ramificado de un árbol seco, muerto.
Bordeando la carretera que sube hasta la cima, en una hondonada, junto a ermitas sólo abiertas a turistas, funiculares y piscinas municipales, atraen miradas, árboles secos de ramas pulidas, estelares, japonesas.
Apoyado sobre su patas traseras, araña una superficie de madera vertical, un gato siamés.
Atardece.
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