sábado, 16 de mayo de 2009

Pag.117 $ Vástagos de roble


Cielo azul. Nubes con forma de dunas al sureste. Nubes cóncavas desmenuzadas al noroeste. Dos gatos sobre la vía, uno negro y blanco, otro negro naranja. Aparcado en doble fila aguarda un todoterreno negro adornado con flores blancas. Gorjea incansable un gorrión. Trina un jilguero. Silba un mirlo. Se oye un goazen y una exclamación infantil. Sopla el viento. Se difuminan nubes.

Una chica vestida con vaqueros, atractiva, levemente envejecida, vizcaína, enciende el motor de un coche. Ocupa el espacio vacío, el todoterreno negro. Nubes blancas y grises con formas de alacranes y dragones de contornos aserrados flotan hacia el sureste.

La vía de grava es un suelo radiante, cálido. En la zona baja de los montes, crecen pequeños robles de hojas rojizas y verdes al lado de álamos jóvenes e higueras adultas. Unos metros más arriba, crecen vástagos de roble junto a flores rosadas, acacias con espinas y álamos canadienses.

La bruma invade los montes oeste. Racimos de flores blancas brotan de acacias inclinadas por el viento. Vuela una golondrina. Enrojecen arbustos cortavientos. Brotan umbelíferas, flores blancas de tejos junto a los huertos de los ocicats. Se vuelven grises los tejados de las casitas rojiblancas de la urbanización.

Por la tarde se funden cúmulos, se cierra el cielo. Arriba, por debajo de la estación eléctrica, un perrito de color oscuro persigue y agrupa a las ovejas junto a la valla de acceso al prado por donde transcurre una estrecha vereda horizontal.

Un gato gris naranja otea el norte desde la zapata de la catenaria. El cielo blindado ensombrece la vía, niebla y lluvia blanquean la cima.

Atardece.

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