martes, 3 de febrero de 2009

Pag.16 $ La carretera

Frío húmedo. Frío seco. Un amanecer abanderado, negro al Suroeste y Noroeste, blanco en la cima del monte. Nieve. Sale el sol entre nubes blancas y grises por encima de los árboles frondosos de la vía. Chirría el freno de mano de un coche cercano.

El monte tiene tres carreteras. La más alta conduce a la central eléctrica abandonada y a los huertos donde ya sólo quedan las viejas casetas hechas con restos de obras y los árboles plantados que las daban sombra. La segunda carretera conduce a las casas de cemento y al edificio de oficinas. La tercera carretera es la nueva, excavada en la falda del monte, encajonada entre muros contra los que chocan ondas acústicas de cláxones y motores que se esparcen por el monte en ángulos exactos.

Un gato blanco pasea por la vía de grava, diáfana, isoterma, de un día primaveral de invierno. El asfalto, al lado del muro de ladrillo rojo, es un cielo simétrico. Un autobús de color rojo circula arriba, rodeando la última casita de la urbanización, por encima del muro ajardinado.

Los gatos, por la tarde, atusan su pelaje con la lengua, recostados sobre el sendero de grava. Un gato rabón con aspecto de gato montés hace cabriolas entre los demás. Los gatos se erizan, se encogen, se alzan cuando se aproximan unos a otros. Sonidos de puertas de coches cerrándose, llegan hasta la vía. Un gato gris y blanco, sin miedo, zigzaguea entre zarzas. Otro, medio ibérico, elegante, inspecciona los bajos de un capó de un coche mal aparcado.

La gatita anaranjada se relame una patita sentada sobre una superficie de césped verde, al lado del muro de piedra.

Cae la noche. El monte, negro y abrupto, duerme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario