Ayer
Gotas de agua de mínima densidad, caen por finos hilos hidrogenados de nubes grises cóncavas. Lluvia de monte vasco, vegetación verde y microclima invernal.
Desde la vía, una puerta sencilla entreabierta, orientada al Este, da acceso a la Iglesia. Es una puerta de hierro forjado con barras verticales y dos barras horizontales en el centro adornadas con cinco o seis pequeñas cruces de hierro formadas por cuatro vértices de triángulos isósceles unidos. Una vereda enlosada de pendiente suave conduce a la puerta principal de madera. Encima del vallado metálico perimetral florece un rosal en privamera. Al fondo de la vereda, más al Oeste, se abre un jardín de lados iguales, de césped segado, arbustos podados y árboles de hoja perenne y caduca, evocadores de flashes, vestidos blancos y sonidos digitales.
Atravesando la calle, se alza un edificio de grandes chimeneas, con piscina en la azotea, grandes ventanales de maderas nobles y fachadas de ladrillo vitrocerámico bicolor. Llueve aciagamente. Al Sur, la iglesia está unida a un instituto público, antigua residencia eclesial, con campos de futbito al Este y al Oeste y setos que bordean antiguos fosos de construcciones subterráneas.
Un coche en doble fila ronronea sobre el asfalto. Un niño coge un berrinche. Por la mañana, los gatos extraños, perezosos, inelásticos han trepado hasta lo más alto de los muros y eternecen entre las ramas, la hiedra y las hojas.
Anochece el monte. Bajo la lluvia, un gato gris y blanco. Descansa un piano.
lunes, 9 de febrero de 2009
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