miércoles, 4 de febrero de 2009

Pag.17 $ Eras y potokas

Amanece un monte de escarcha. En el exterior, sopla un viento de fórmula uno, acelerando en la parrilla de salida. Nubes de barniz naranja, grises y blancas navegan rumbo al este. El viento azota puertas y ventanas colándose por los intersticios de los marcos.

Cae una diferencia de potencial. Los rayos solares se filtran entre las hojas del árbol más frondoso de la vía, produciendo destellos móviles.

Luces y sombras mecidas por los cambios de presión, inmortalizan el monte. En la calle urbana, junto a un cochecito, una madre con su bebé en brazos, esperan sobre la acera, al lado de un automóvil.

Un generador eléctrico gruje. Un gato gris y blanco pasea por el sendero de grava, levanta la cabeza, olfatea y después se queda inmóvil y reinicia la marcha, alzando las patas en ángulo recto, avanzando precavido, deteniendo el tiempo.

Una hormigonera, sin rotación, circula carretera abajo, hacia la ciudad. El sol clarea la cima y la colorea de un tono beige pastel, con sabor a eras, trillas y arreos castellanos, mezclados con instantáneas de potokas de largas crines aireadas al viento. Tintinean las hojas de roble. Arrullan las hojas del álamo.

Los días se alargan. Bajo un cielo azul de verano, la hierba se estremece.

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