martes, 10 de marzo de 2009

Pag. 51 $ Anfiteatro romano


Cielo despejado. Frío de nieve. Una línea de oruga, de tanque cruza el cielo azul. Una luminosidad creciente se instala en el tiempo y por encima de los adosados de la urbanización, el sol baña con sus rayos los campos de Este a Oeste. Una camioneta fuerza una transmisión mecánica en la vía urbana.

Puntos parabólicos de agua reflejan, sobre hierbas en pendiente, colores azules, verdes oceánicos y blancos. Un tapiz de musgo verde humedecido por el agua, crece sobre el encalado del muro de ladrillo rojo, junto a los coches aparcados, donde varios gorriones saltarines picotean un asfalto mojado.

A las nueve y cuarto, rayos solares inciden sobre la cima del monte, sobre ondulaciones naturales, sobre los árboles de la vía, proyectando sombras alargadas. El monte es hoy un arrozal del sudeste asiático, un anfiteatro romano, de acústica perfecta.

La luz solar rebota contra el reverso de un panel de información de la carretera nueva, de tablas metálicas machihembradas, a modo de persiana estática. Un siamés toma el sol, sentado, en el huerto. Otro blanco y negro atigrado, se encuentra frente al muro de piedra, ausente.

El sol asciende casi vertical sobre el horizonte y a las diez horas, ilumina el monte y las fachadas Sur y Este de los caseríos. Sopla un frío de nieve, un frío de invierno.

Por la tarde, gatos blancos y alguno gris, se tumban al sol al lado del muro de piedra, junto a la sombra proyectada por un rascacielos próximo. Un gatito gris y negro con cola de mapache, trepa por el muro, ágil. Otro gatito blanco imita a un león heráldico y ahuyenta a una paloma gris y blanca posada sobre el muro de cemento, al lado del terraplén.

Nubes blancas oscurecen la vía, el monte, los huertos... Entre gritos de niños que juegan, trinos de pájaros y motores de coches que cruzan la calzada, atardece.
Duerme un sol vespertino.

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