jueves, 12 de marzo de 2009

Pag.53 $ Anclajes metálicos


Aire frío. Cielo sin nubes. Pequeños pájaros vuelan por encima del monte cubierto por una neblina de cristal. Temprano sale el sol. Una madre habla con su hija, todavía niña, de camino a la guardería. Dos gatos, uno gris y blanco, el otro oculto, pelean enzarzados, junto al muro de ladrillo rojo.

Se oyen golpes de picos, de herramientas de perforación. Camiones, todoterrenos y furgonetas enfilan el estrecho camino de asfalto, de dirección única. Los pájaros silban, trinan, revolotean debajo de los aleros de los caseríos. Vibra con fuerza el aire por el trino de un jilguero oculto en el zarzal.

El muro de colores ocres que rodea la casona grande, al lado del camino en cuesta, conserva todavía viejos anclajes y argollas metálicas, oxidadas por el viento y la humedad, de antiguos apeaderos de caballerizas. Se oye una motosierra reconvertida en máquina cortacésped.

Por la tarde, nubes blancas altas atenúan el calor del sol. Los gatos, hoy, se reparten por la vía, semiagrupados, algunos a la sombra, otros al sol. Sentado sobre una zapata de hormigón, descansa el gato negro despellejado.

Algunos gatitos, hace un mes cachorros traviesos, son hoy gatitos casi adultos, juveniles, elásticos.

El monte se tiñe de verde. Atardece.

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