Ayer
Lluvia nocturna. Frío. Por la mañana, entre grandes nubes grises, sale el sol. Sopla un aire fresco húmedo. Silencio. Se oyen ansiosas voces infantiles. Cerca del muro de cemento, indolentes, coexisten un gato blanco y negro y uno blanco. Un coche con el motor encendido espera en doble fila al Norte de la calzada. Dos personas pasean por la acera hablando de fútbol.
Las campanas repican a misa, doblan el tiempo apocalíptico, llaman a la oración. Desde arriba, las iglesias son puertas tachonadas con cerraduras, llaves ancestrales y ventanas de quillas de barcos de piedra y cristal. Gatos ibéricos, gatos negros y un gato gris y blanco, desganados, caminan al Sureste.
Por la tarde un sol de luz ténue calienta el rebaño, hoy en la cima del monte, a la derecha de las antenas de radio y televisión. Se instalan sombras a derecha e izquierda de la vía soleada. Una bandada de palomas flota en el viento, por encima del muro de ladrillo rojo encalado de gris, antes de posarse sobre alfeízares y repisas cubiertas.
Un conductor gira varias veces la llave de contacto. Suenan platinos desgastados. El gatito ocicat marginado, indiferente, se relame sobre la zapata de la catenaria.
Cae la noche. Un cielo azul marino con pinceladas blancas cubre el monte. Un gato marrón y blanco, indeciso, merodea por la vía de grava.
Duerme una hoja de laurel. Maúlla un gato.
lunes, 30 de marzo de 2009
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