martes, 24 de marzo de 2009
Pag.65 $ Jaulas de Faraday
Cielo de acero frío, húmedo. Neblina. Trinos. Simultáneos se encienden motores de coches, bombas extractoras, motores a reacción... Gruje envejecido el motor de un camión. Llegan amortiguados sonidos inaudibles de frecuencias exactas.
Sentados sobre sus patas traseras eternecen dos gatitos blancos en su cueva verde, artificial, arbórea, terraria, inclinada, adusta. Hasta el refugio de los gatos del muro de piedra ha llegado, nadie sabe cómo, una alfombrilla roja donde los gatitos clavan las uñas y juegan enzarzados a derribarse.
Cruje el remolque de madera de un viejo camión de tonelaje medio. Caminan, sobre la vía, bajo un inesperado sirimiri, un gato negro naranja y uno blanco y negro. Por la tarde, junto al muro de ladrillo rojo, merodea felino, un gato gris y blanco. El gatito de hociquito blanco, un ocicat, se relame en medio de la vía.
Se oyen ladridos robóticos, mecánicos. Por el arcén elevado de la carretera nueva, descienden, haciendo corrillos, estudiantes de secundaria. En la bifurcación norte, arriba, un coche blanco seguido de otro rojo enfilan un descenso asfaltado rumbo a la ciudad.
Llegan vibraciones de propulsores de jaulas de Faraday. Sentado sobre una vespa amarilla, un rígido funcionario de Correos y Telégrafos uniformado pasa por la vía urbana.
A las diecisiete treinta minutos sale el sol entre nubes blancas y grises. Al atardecer, territoriales, agrestes, retornan los gorriones al laurel.
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