jueves, 2 de abril de 2009
Pag. 74 $ Pórticos metálicos
Amanece. Neblina semitransparente. Nubes blancas y grises derivan hacia el Sureste. Ennegrecen las tejas de arcilla cóncavas, acanaladas, de los caseríos. Hoy, sociables, alborotadores, los gorriones pían temprano en el laurel. Se oye un claxon. Un gato negro ibérico, estático, dormita junto al muro de ladrillo rojo. Silenciosos, cómicos, corretean por la vía de grava, una pareja de estorninos.
Una pequeña circunferencia solar blanca alumbra débil al Sureste. No lejos, en los montes, al Oeste, los edificios de oficinas se transforman en empresas distribuidoras de leche y refrescos amargos. Abajo, en el valle, entre muelles portuarios, se alzan galleteras, fundiciones, talleres y empresas de equipos eléctricos y pórticos metálicos.
Ocupan la vía, quietos, siete gatos y un gato gris y blanco en movimiento. Trina un jilguero. Aúlla dolorido, irracional un perrito de un edificio colindante imitando a gaviotas marinas de frecuencias casi exactas.
Por la tarde, sobre la vía de grava, recostados, los gatos se relamen concienzudamente. Desde el zarzal Este, salta a la vía, recien llegado, un gato blanco y negro dálmata con cola de mapache que retrocede hasta la zapata Sur de la vía, al ser rodeado por una colonia de gatos autóctona, inquisidora.
Cruza la calzada de dirección única, una procesión de coches. Un gato gris y blanco sestea encima de un coche rojo aparcado, con un cojín voluminoso sobre el asiento del piloto. Minutos más tarde, se yergue, desentumece la musculatura y se oculta tras el zarzal.
Atardece.
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