martes, 14 de abril de 2009
Pag. 83 $ Un lobo ancestral
Sábado. Mañana fresca. Un siamés dormita junto al muro de ladrillo rojo. Llueve. Nubes blancas al Noroeste. Grises al Sureste. Por encima de nubes blancas, viajeras, veloces hacia el Sureste, entre trinos y gatos estáticos sobre la vía, sale el sol. Oscurece el monte una nube blanca.
Se abre la puerta de un coche y un gatito oculto yergue su cabecita por encima de las hierbas altas, verdes. El viento arrastra sonidos del Noroeste. Aúlla un lobo ancestral. Se cubre el cielo de gris y vuelve a caer agua de primavera sobre el monte. Después de saciar la sed, camina marcialmente, un siamés de caserío. Pasa la tormenta y brilla de nuevo el sol.
Por la tarde vuelve la lluvia con intervalos de sol. Brillan los paneles del arcén por el sol Suroeste y en su interior pueden verse reflejos de troncos de árboles tridimensionales llenos de estrellas y figuras con brazos levantados, triunfantes.
El alumbrado de la carretera ilumina débilmente las fachadas Sur de los caseríos altos. Arrecia la lluvia. Anochece.
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