jueves, 30 de abril de 2009
Pag.101 $ Cuadros de Magritte
Trinos cálidos. Ruido de fondo. Extractores potentes. Nubes azul marino. Entonan trinos y silbidos mirlos, jilgueros y gorriones, tsu...tsu, brii....brii..., piow...piow. Sobre la cabeza de una farola atornillada a una fachada, alarga el cuello y fija sus ojos en objetos cercanos, una paloma gris y blanca. Un siamés de caserío se distrae, sentado sobre el muro de ladrillo rojo, por encima de coches verdes y azules celeste.
Desbroza la maleza un cortacésped con momento angular y teoría espacial. El sol es un círculo halógeno de luz blanca sobre un fondo de blancos azules. Suena la sirena de una fábrica. Cruza el espacio un avión a reacción. Se oye el cierre de puertas sólidas, pesadas contra sus marcos metálicos. Levanta el vuelo una paloma con una ramita en el pico. Renqueante pasea hacia el Norte, un gato gris y blanco.
Llueve y una bruma densa de agua cubre la cima del monte. Un pequeño pájaro cambia de árbol. Minutos después, una espesa niebla oculta la cima. Los gatos se sacuden el agua vibrantes. Rejuvenecido el gato que zigzaguea observa extrañado unas hierbas verdes, altas. La grava, poco a poco, se hunde en la tierra y las ramas de los árboles crecen y rememoran épocas pasadas de pip-pips gigantescos, gorilas negros de películas americanas y ciudades de cristal de cuadros de Magritte.
En la pendiente norte, destacando contra el horizonte de nubes blanquecinas hay cuatro árboles, dos perennes abajo y otros dos de hoja caduca arriba.
Atardece.
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