martes, 14 de abril de 2009
Pag. 82 $ Un paraguas amarillo
Viernes Santo. Cielo gris. Humedad fresca. Llueve. Se funden copas blancas, arriba en el monte. Suena, desde la carretera, el efecto anti aqua-splash. Un gato camina junto al muro de ladrillo de piedra empapado, inmerso en sí mismo. Ruge extraño un avión. Llega el sonido de choques elásticos del agua contra las hojas. Bajo la lluvia, junto a un pórtico metálico de la central eléctrica pace una oveja .
En el extremo derecha del muro que separa la calzada de la vía de grava, el ladrillo rojo ha sido sustituido por adoquines grises, más baratos menos sólidos. Huecos vacíos y coches nuevos, con los permisos en regla, llenan las zonas del aparcamiento. Vuela una paloma por encima de la vía hasta posarse en un saliente del muro de piedra. Bajo la lluvia, permanecen quietos, tres gatos.
Por el camino de los caseríos baja una señora con un paraguas amarillo abierto. Por la tarde, persiste débil, la lluvia. Hace menos de un año repararon el tejado de la casita de arena, removiendo viejas tejas y colocándolas nuevas. El tejado de pequeña inclinación con respecto a la horizontal, desaloja agua a menor velocidad que los tejados de los caseríos. Un gato gris y blanco, sentado sobre el muro de ladrillo rojo, salta y se oculta tras unas hierbas altas, con movimientos rápidos, robóticos, de cabeza y orejas.
Crece la hierba, hoy húmeda y las hojas y la intensidad de luz diagonalizan un abanico de tonalidades verdes. Cae la tarde. Cae la noche. Frío. Lluvia.
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