martes, 21 de abril de 2009

Pag.92 $ Un mikeldi


Cielo gris y blanco. Trinos. Frescor. Bruma. Monte verdinegro. Ruge un gato en el matorral. Las flores de los cerezos y almendros esculpen mikeldis sin disco, estelas de piedra y hogueras verdes y negras. Los pájaros trinan sonatas, conciertos de violín y trocitos de partituras llenas de corcheas.

Suena a tambor metálico, repetitivo, secuencial, monótono, un compresor. Fluyen coches espaciados por la calzada. Arriba, en los huertos, los tambores son sacos de semillas sobre bidones cerrados de agua donde los pequeños ocicats dormitan inmóviles.

Por la tarde, bajo un sol cálido, setos de nubes blancas, irregulares y claros blanquiazules, emigran hacia el Sureste. Sobre el estuario, vuelan altos los cormoranes y en verano, en el parque de la ciudad, próximos a su albergue de tierra y agua, vuelan a ras del suelo, decenas de metros, pavos reales de colas inmensas.

Un gatito marrón y blanco pasea hacia el Sur. Viento de mar. Atardece.

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